Un breve silencio

No sé cuántas veces se puede o se tiene permitido volver. Era un mes de silencio. Necesitaba organizar mi cabeza y concentrarme. Pero como ya muchas veces ha pasado, ese silencio duró más de lo que cualquiera hubiera pensado. ¿Lo necesitaba? ¿Viví sin culpa por no llenarlo?

¡Por supuesto que no! Soy una mujer, la culpa viene en el paquete.

¿Por qué volver un jueves y no un lunes? ¿Por qué un 25 y no un 1ro.?

La verdad es que hoy me desperté con ganas de conectarme con algo. Me sentía apagada y lejana a esa persona que escribe. Quién lo diría, ahora que tengo el tiempo libre no encuentro cómo ordenar mi cabeza.

El año hasta ahora solo tiene 25 días y yo los utilicé para leer y ver novelas repetidas. Las novelas colombianas me recuerdan a la casa de mi abuela. Me transportan a los calurosos mediodías en El Milagro, mi abuela sentada en la mesa mechando la carne, mientras la vecina, detrás de su ventana, lava los platos. Ambas ventanas se miran de frente y a veces se siente como si todos estuviéramos en la misma casa, creo que solo en El Milagro pueden pasar cosas como esas.

El ventilador solo está de adorno, el aire que tira es tan caliente como el calor de la ciudad. El fuego está prendido todo el día, con la única diferencia que ahora hay olor a cebolla y ajo sofriendo a fuego lento. Los plátanos tienen cuatro horas metidos en el horno y ya por fin se puede sentir su olor acaramelado, mi abuela no come si no hay plátano y los de ella siempre son los mejores, cada vez que los come me dice lo mismo, «yo no puedo comer sin mi platanito».

Con volumen muy alto se escucha la novela en el televisor de los vecinos, misma novela que ve mi abuela y al mismo volumen. Es extraño, porque esta experiencia te hace sentir que el llanto de Betty o de La Gaviota están en sonido envolvente, pero no es así. Ambos televisores son bastante viejos. El de mi abuela cambia los canales con un lápiz mediano. Metes el lápiz en la ranura y rezas por encontrar el botón, giras para un lado y para otro hasta que lo encuentras y rezas para no perder el botón.

A mi abuela mucho no le importa, ella en un solo canal ve la novela de la una, la de las dos, el rosario de las tres y la novela de las nueve y las diez. Después, si no está muy cansada ve el noticiero a las once.

En las vacaciones tengo un ritual diario con ella, respetamos nuestros horarios de ver la televisión. La acompaño con sus novelas y ella después me acompaña cuando yo quiero ver otra cosa. A veces se duerme, por no decir la mayoría de las veces y repite lo mismo «YO VEO MI NOVELA CON LOS OJOS CERRADOS, LA ESTOY ESCUCHANDO».

Yo no le digo nada, pero me gusta la novela, cuando sí se duerme en serio le hago los recuentos de lo que ha pasado. La Gaviota lloró, cantó, vio al hombre o se fue. Siempre pasa lo mismo. Pero me gusta escuchar la novela con sonido envolvente mientras Carmen, la vecina, grita cualquier cosa. Mientras mi abuela cocina y yo pinto en mis cuadernos.

El olor a café recién colao mezclado con el ajo y la cebolla sofriéndose, el sonido de mi tío arrastrando las chancletas, el ventilador soplando aire caliente. Todo esto me recuerda cuando veo las novelas colombinas. Y por eso volví un jueves 25 de enero, al fin tenía algo de qué escribir.

Respuestas

  1. Avatar de victoriaache

    Me dieron ganas de conocer El Milagro y de comer un plátano de los de tu abuela. Gracias Vir, por volver 🙂

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