Aplausos al atardecer

Desde que llegué a este país, no he hecho otra cosa que sentirme en casa. Soy de Barquisimeto, una ciudad de músicos buenos y crepúsculos hermosos.

Recuerdo sentarme con mi mamá y mis hermanas en el borde de la escalera de lajas para mirar las nubes moradas y rosas. Tomábamos café colao y nos reíamos a carcajadas mientras el sol y las nubes nos regalaban sus colores.

Desde Cubiro se ven los atardeceres como en primera fila, cerquita y sin ningún obstáculo. Atardeceres que han inspirado canciones, poemas, cuentos y bellas historias. Estar en la montaña te hace vivir las cosas de manera diferente.

Hoy estoy en Montevideo, una ciudad que se reúne para contemplar sus puestas de sol. Se prepara el mate y se compran galletitas o bizcochos. Todos van camino a la Rambla para ver lo que nos depara el día. Otros lo miran desde sus ventanas.

Los días bonitos atraen a más espectadores. El calor de la tarde se apacigua cuando va cayendo el sol. Comienza a bajar la temperatura y el cielo se torna naranja. Ahí comienza el espectáculo.

He pasado cuatro veranos, de forma ritual, viendo el último atardecer del año y el primero del siguiente. Me parece encantador. Quizás mi mamá y mis hermanas lo vean después que yo. No es lo mismo, pero para mí tiene el mismo sabor que tomar café colao.

Todos nos sentamos en la playa, compartimos el mate y esperamos que el sol se caiga. Luego, cuando ya no queda ningún rayo visible, se escuchan los aplausos. Todos aplauden por el encantador acto de magia que nos regala el sol.

Me parece hermoso este lugar, donde puedo disfrutar de mis hermosos crepúsculos.

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