El sueño que alguien me contó

Sentada en la panadería de la esquina sentí la necesidad de sincerarme conmigo misma. He estado acá por muchos años y jamás me había planteado esto tan sinceramente:  puedo construir mi hogar donde quiera y no sentir culpa por los que no están conmigo. 

Yo decidí irme y decidí construirla, todo lo que me está pasando es resultado de ello, lo bueno y lo malo. No vale de nada la culpa. Pero cuánto pesa la casa de mi madre y la de mi padre. Las llamadas a larga distancia y los desapruebos por no ser, por dejar de ser o por pensar y no pensar. 

La vida tendría que ser más sencilla, me pesan las decisiones y las desventuras. Yo solo tengo un deseo, tomar a  mi gato, pasear libremente sin sostén en la calle y aprender póker.

Veo esos hombres sentados en la televisión, con cara seria y rodeados de gente. Piensan, son varones pensando seriamente. Deseo viajar por el mundo jugando póker. Ahí seré el varón que quiso mi padre. Me sentaré. Pediré un trago costoso, miraré a todos con cara de mafioso y jugaré. Luego iré a mi casa, a la habitación del hotel y sonreiré al espejo porque al fin seré lo que deseó mi padre cuando se enteró de mi existencia. 

Pero por ahora debo pagar el café, meterme en el baño, quitarme el sostén y prender póker.

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